Un inversor que desee tener éxito no puede permitirse ser ingenuo o invertir por razones psicológicas ocultas. Puedes tener un brillante sistema del inversor, pero si te consume la avaricia es seguro que tu cuenta sufrirá.

Ya lo hemos dicho en alguna otra ocasión, pero no importa repetirlo: tu éxito o fracaso como inversor depende del control de tus emociones.

La avaricia (del latín “avarus”, “codicioso”, “ansiar”) es el ansia o deseo desordenado y excesivo por la riqueza. Su especial malicia, ampliamente hablando, consiste en conseguir y mantener dinero, propiedades, y demás, con el único propósito de vivir para eso. Pero siempre que se habla de la avaricia en mi mente aparecen las imágenes de Mr. Scrooge y del Tío Gilito, personajes avaros y tacaños a los que lo único que les importa son los negocios y ganar dinero. La literatura y el cine están llenos de personajes así, y la lección final de estas historias es siempre la misma: el destino de los avaros es desgarrador, tienen una vida solitaria debido a su adicción por el trabajo, así como por su desmedido afán de enriquecerse, y al final de sus días sólo tienen el recuerdo sobrio de sus amigos de la Bolsa de Valores.

El mercado ofrece enormes tentaciones. Es como entrar en la bóveda del edificio más alto de Patolandia, el del Tío Gilito, llena de oro, monedas y billetes, y zambullirnos y nadar entre sus monedas como si fuéramos un delfín, tal y como él hace. El mercado suscita una gran avaricia por las ganancias y un gran temor de perder lo que tenemos. Estos sentimientos nublan la percepción que tenemos de las oportunidades y los peligros.

La avaricia es simple de entender: todos queremos ganar dinero. Las recientes caídas y rebotes en las bolsas mundiales ponen de manifiesto los papeles de la avaricia y el miedo de la psicología humana en la evolución de los mercados bursátiles a nivel mundial. Claramente, la avaricia y el miedo han tomado un papel importante en estos movimientos extremos de las bolsas. Pero estas caídas no son algo nuevo. Sólo tenemos que repasar un poco la historia: los holandeses tuvieron sus tulipanes en 1637; Isaac Newton se arruinó por la compañía South Sea Trading en 1720; 1929 es la fecha de la especulación a gran escala y en la que Charles Ponzi inventó el timo piramidal (los timos piramidales han seguido proliferando en las últimas décadas); Michael Milken endosó sus bonos basura a las llamadas thrifts en una época en la que los “golden boys” y los yuppies eran tipos saludablemente ambiciosos, hasta que la radical subida de tipos de interés las puso en serios aprietos económicos a finales de los ochenta; la burbuja inmobiliaria japonesa que duró de 1985 a 1992 con el famoso Lunes Negro en 1987; la Crisis de la Guerra del Golfo en el 89; la Crisis del Sistema Financiero Europeo en 1991; la Crisis por el “efecto tequila” en el 94; en marzo de 1998 la Crisis Asiática; las burbujas de las tecnológicas en febrero del 2000 con la famosa Crisis de las Puntocom; y en el 2007 la Crisis Crediticia. Después de 800 años de crisis financieras documentadas los seres humanos estamos condenados a repetir los mismos errores.

Los síntomas de la avaricia se presentan como un estado de indiferencia aparente, dificultad para el autocontrol, se justifican permanentemente, presentan excusas. Tienen humor burlón y cierta envidia, algo disimulada, por los logros ajenos, mostrando una necesidad exagerada de adquirir objetos y en especial, de conservar sus posesiones.

Tenemos dos clases de comportamientos de la avaricia, el avaro o mezquino y el despilfarrador. El avaro está básicamente dominado por el miedo. Siempre guarda por si pasa algo negativo en su vida. Y crea a su alrededor una mentalidad mezquina. Llega a tener fortunas que no puede calcular y sigue viviendo miserablemente. El despilfarrador es una persona que no puede retener el dinero, gasta más de lo que debe, hasta llegar a su destrucción a nivel material, conscientemente, sin poder evitarlo. Este tiene miedo de tener dinero y quererlo el causante de desavenencias.

En la película Wall Street, nos encontramos el caso del personaje principal que admira el poder, y trata de llegar a él, es persistente. Claramente demuestra una carencia que desea y no ve otra forma de solucionarla que con las finanzas. El segundo personaje tiene poder; ve al otro como presa fácil, y le tienta dándole dinero, le premia, le crea un ambiente satisfactorio, le pide que haga cosas por él, pero tampoco quiere perder lo que ha ganado, y tiene que hacer lo que él le dice. Se rodean de un mundo en el cuál están todos los pecados capitales, ahí el amor no existe más que al dinero; dejando el corazón de lado todo es dinero. Se enfrentan al dinero como su enemigo, no como aliado, por eso se lucha con las armas de poder: la codicia. Considerando el fin de la película nos encontramos con el engaño, y en el final se ve la causa y el efecto del personaje, haciéndose cargo de su actitud de codicia.

La economía es fundamental en la sociedad empresarial, para la posesión, acumulación, preservación y aumento de la riqueza. Ningún empresario trabaja por amor al arte. Ve la realidad en números. La mayoría de los inversores individuales suelen comprar en máximos y vender en los mínimos porque se dejan llevar por la mayoría, sin tener un sistema de inversión claro que permita controlar esos importantes sentimientos que afectan sus decisiones de inversión.

Una de las formas más habituales que tienen las personas de tomar posiciones y decisiones a la hora de operar en bolsa es seguir la ola de las noticias en prensa y televisión. Debemos tener en cuenta que las noticias llegan normalmente desde dentro de las propias compañías o grandes operadores de bolsa, y éstas pueden tener objetivos algo diferentes a la mera información.

La avaricia ha sido la perdición de muchos inversores de éxito. De hecho, la avaricia lleva a muchos errores en operaciones arriesgadas. Entre ellas se encuentran: operar con demasiados contratos o apalancamiento (tanto al comienzo de la operación como durante la misma cuando añadimos posiciones), correr demasiados riesgos y no coger los beneficios en los niveles apropiados, teniendo expectativas irracionales de beneficios futuros.

Una de las mejores formas de tratar la avaricia cuando operamos es tener un buen sistema de inversión. No sobreoperaremos. No arriesgaremos más de lo definido con anterioridad. No venderemos nuestras operaciones ganadoras muy pronto, dejaremos correr las ganancias. No pondremos nuestro orgullo por delante de nuestro sistema de inversión. Estableceremos los costos y beneficios para los patrones reconocidos. Llevaremos un diario de todas nuestras operaciones y seguiremos estrictamente las reglas de gestión de dinero. En este diario irán incluidas las metas que queremos conseguir.

Dentro de las estrategias más efectivas, tener un plan escrito de inversión, es un elemento indispensable para evitar que la avaricia nos tome desprevenidos. Igualmente, debemos evitar que el miedo nos domine por varias operaciones con pérdidas consecutivas.

Es igual de complicado mantener una operación con pérdidas, que mantener una operación con ganancias. Cuando se pierde, nuestro cerebro nos dice que cerremos la operación lo antes posible para evitar perder más. De igual manera cuando se va ganando, deseamos cerrar lo antes posible para asegurar la ganancia. Pero la avaricia nos aconseja aguantar más aunque signifique que podamos perder aún más en una operación abierta con pérdidas. Y también alargar de más una operación positiva puede llevar a que el precio se dé la vuelta y termine siendo una mala entrada. Ambos son problemas que enfrentaremos si no se opera con un sistema que permite mantener a un lado nuestras emociones.

Debemos darnos algún capricho de vez en cuando a costa de nuestros beneficios. Evidentemente habrá momentos mejores que otros para gastar dinero, pero necesitamos una recompensa por el tiempo que pasamos trabajando.

Las personas no somos conscientes de estas emociones hasta que sufrimos una crisis importante. En nuestro caso: perdemos nuestra cartera.