Aquellos inversores que pretenden ser ganadores en la Bolsa deberían desechar la idea de invertir en una empresa que acaba de salir a cotizar, es decir, de hacer una IPO (por las siglas en inglés de Initial Public Offering).

Es que de cada veinte compañías que se estrenan en el parqué, sólo una resulta ser una empresa buena. En realidad, el 95% de la firmas que realizan una IPO sufren caídas en sus primeros meses de vida.

La marca italiana de automóviles de lujo Ferrari, por ejemplo, empezó a cotizar en la Bolsa de Nueva York en octubre de 2015, y sus acciones bajaron casi un 20% en el primer mes, y tuvieron tendencia bajista durante los cinco primeros meses.

Si usamos el caso de Ferrari como ejemplo, los inversores que compraron acciones de la compañía en el momento de su debut, perdieron hasta casi un 50% del dinero invertido.

Ni siquiera Facebook, una empresa gigante, tuvo una buena recibida en el parqué. La firma salió a cotizar en mayo de 2012, y perdió alrededor de un 40% en los tres primeros meses de cotización, y tardó más de un año en remontar.

La razón que más peso tiene en las compañías que deciden listar sus acciones en la Bolsa es la necesidad de obtener financiación externa a cero costo, sin acudir a otras fuentes externas habituales, como pueden ser los préstamos bancarios.

Aumentar sus posibilidades de expansión, mejorar su imagen o tener mayor visibilidad son motivos que tienen, en realidad, unas pocas empresas para hacer cotizar sus papeles de manera pública.

Por eso, lo más habitual es que las firmas que realizan una IPO tarden tiempo en ser rentables, por lo que conviene esperar siempre a que esa compañía lleve un tiempo en los mercados y progrese lo suficiente como para poder calcular su volatilidad y tendencia y valorar, entonces, si es conveniente invertir en ella o no.