A Berlín le ha llegado la hora de pronunciarse. Atrás han quedado las elecciones inconclusas y los casi seis meses de vacío político. Alemania cuenta ahora con un Gobierno de coalición recién estrenado que debe concretar hasta dónde está dispuesta a llegar en la peliaguda y urgente reforma de la eurozona. Las diferencias entre los socios de coalición del Gobierno alemán —conservadores y socialdemócratas— han surgido a dos días de que el presidente francés, Emmanuel Macron, principal impulsor de las reformas, ponga en pie el jueves en Berlín.

Las tensiones han aflorado a la superficie a raíz de una propuesta con la que miembros del bloque conservador (CDU/CSU) de la canciller, Angela Merkel, han querido lanzar el debate en el seno del grupo parlamentario. En él, ponen trabas a la transformación del mecanismo de rescate (MEDE) en una suerte de Fondo Monetario Internacional en versión europea, con el que financiar a países en apuros y prevenir crisis venideras. Los conservadores, explican en el papel, quieren más control del Bundestag sobre ese fondo que, además, piensan que requeriría la modificación de los tratados europeos. De facto, explican los expertos, esa propuesta equivaldría a enterrar uno de los pilares de la anunciada reforma de la eurozona.

Más allá de los tecnicismos, lo cierto es que la propuesta es un ataque a una de las grandes líneas maestras del cuarto mandato de Merkel. Los parlamentarios conservadores son conscientes por un lado de que todo lo que huela a socializar deudas y financiar desgracias ajenas provoca rechazo en el contribuyente alemán. Pero también, porque temen ceder el monopolio de la eurorreticencia a las dos formaciones políticas que han entrado con fuerza en el Parlamento alemán: liberales (Fdp) y ultraderecha (AfD).

La canciller rechazó el martes las interpretaciones derrotistas y dio a entender que el ala más dura de su partido no se saldrá con la suya. “Alemania puede hacer su propia contribución y alcanzaremos compromisos conjuntos con Francia en junio”, dijo en conferencia de prensa.

Invertir capital político y financiero en Europa fue precisamente una de las exigencias del partido socialdemócrata (SPD) para participar en un nuevo Gobierno de Merkel. Por eso, la idea de descafeinar hasta el extremo las anunciadas reformas europeas provoca irritación en las filas del SPD. Su líder, Andrea Nahles, criticó las “líneas rojas” de la CDU/CSU. “Queremos hacer que Europa avance y eso también afecta al Fondo Monetario Europeo, que es el objetivo pactado en el acuerdo de coalición”, dijo. Nahles pidió a la CDU que no abra a estas altura la caja de los truenos europea, porque consideró que eso ya había quedado zanjado en las conversaciones previas a la formación de Gobierno. El también socialdemócrata Carsten Schneider consideró que “Europa ha esperado a Alemania durante un año […], es el momento de ser conscientes de nuestras responsabilidades”.

“El acuerdo de coalición era una invitación a debatir, pero no contenía concesiones concretas y substanciales y lo cierto es que ni Merkel ni el SPD han explicado todavía qué quieren. Los únicos que hablan son los más críticos”, explica Lucas Guttenberg, experto en política europea del instituto Jacques Delors en Berlín. “A principios de año, había grandes declaraciones, pero ahora es difícil ver cómo puede haber progreso”, piensa Guttenberg.